A Cris, que tiene casa en Benasque y lee este blog; a Lorena, que es fan de todo lo que tenga que ver con muertos; y a Nereida, que me ha ayudado con la historia. No hagáis caso de las campanas de la iglesia a primera hora de la mañana…pueden ser engañosas.
Benasque es una localidad del Pirineo Aragonés perteneciente a la comarca de la Ribagorza. Aunque la referencia más antigua que se conoce es del siglo XI, parece ser que los romanos se instalaron ahí e hicieron uso de sus aguas termales. Entre sus monumentos más conocidos encontramos un palacio renacentista perteneciente a los Condes de Benasque; el torreón de Casa Juste; Casa Faure, un magnífico ejemplo de arquitectura popular; y la Iglesia de Santa María del siglo XIII.
Este último lugar es el escenario de una singular y macabra leyenda…
Hace unos siglos era cosa frecuente que los curas viajaran de pueblo en pueblo para dar misa. Mosén Francisco era uno de ellos. En su camino hacia Benasque tuvo la desgracia de encontrarse al diablo, el cual le robó uno de los talones y la sombra, causándole la muerte, y le condenó a no poder abandonar este mundo hasta que no impartiera una misa sin hacer huir a los fieles.
Una madrugada de abril las campanas de la iglesia tocaron a misa. Doña Pilar, la mujer más piadosa del pueblo, acudió a pesar de tan temprana hora. Una vez dentro, se extrañó de que el mosén no fuera el habitual, pero no le dio importancia hasta que vio el rostro del sacerdote: la “persona” que celebraba la liturgia era un cadáver en descomposición.
Unas horas más tarde, las gentes, sorprendidas porque la iglesia permanecía abierta, decidieron entrar y encontraron a la mujer todavía desmayada. Durante varios días no quiso hablar de lo sucedido, hasta que finalmente se decidió a contarlo.
A los pocos días, las campanas volvieron a sonar de madrugada. En esta ocasión, tres fieles acudieron a oír misa, pero salieron huyendo al ver la cara del sacerdote, con lo que no pudo terminar su tarea.
A partir de entonces, los benasqueses atrancaban puertas y ventanas de noche, y se negaban a pisar la iglesia. Don Roque, el hombre más sabio del pueblo, encontró una explicación: el mosén era un alma en pena condenada a impartir misa hasta que alguien pudiera escuchar una entera.
Semanas después, se volvió a oír el mismo toque de misa. El mismo Don Roque junto a varias personas más acudieron a la iglesia. Como en las otras ocasiones, los fieles salieron huyendo, y sólo Don Roque permaneció escuchando la liturgia hasta el final. Cuando acabó y levantó la vista, observó que Mosén Francisco se metía en la sacristía.
Desde ese día, las campanas de la iglesia de Benasque jamás volvieron a tocar de madrugada…